Este sábado 17 de diciembre de 2011 conocimos la palaciega
sala de conciertos de Bellas Artes, cortesía de la Filarmónica de la Marina
Nacional. Ataviados a la usanza cotidiana y paseándonos sigilosamente por el
vestíbulo rodeados de uniformados súper emperifollados marineros, maestres,
tenientes y un afable capitán que nos hizo el paro inmediatamente al escuchar
que éramos familiares de un músico, llegamos con aspiraciones áulicas en
nuestros oídos, dado que no sabíamos de qué obras se conformaba el programa, y
entramos justo a tiempo para escuchar a nuestro “primo” tocar su contrabajo en
tan legendario recinto.
Vestidos de pantalón negro y un saco blanco que fardaba
naturalmente al vetusto estilo del RMS Titanic, sin inhibición, con las filas
de abajo abarrotadas por los altos rangos y los palcos igualmente, la orquesta
ofreció un programa impregnado del más puro espíritu navideño.
Ser situados hasta arriba para observar el evento era
parecido a asomarse por un acantilado,
percepción impelida por las profusas columnas que sostenían dicha
sección y el inmenso lujo palatino con que fue construido el auditorio. Y
complacidos por la gratuita ocasión fue que empezamos escuchando 3 fragmentos
de la suite “El Cascanueces” de Pyotr Ilyich Tchaikovsky.
Y entonces comenzó un desfile sinfónico de los más
arraigados (en el inconsciente colectivo) villancicos navideños, aquellas
cantigas que se popularizaran durante el siglo XV y que en esta ocasión
ufanaban y enaltecían la temporada decembrina.
A pesar de que actualmente no soy partícipe de estas
tradiciones, así como yo estoy seguro de que todos o la mayoría de los presentes
fueron sobrecogidos por las reminiscencias de la puericia y sus infantiles ilusiones
por las pascuas. Pero claro, lo más emocionante de todo fue ver a nuestro amigo desempeñándose
tan profesionalmente.
Que el exacerbado consumismo se desborde por estos mitos y
que se idolatren figuras muy sobrestimadas y algunas más bien ridículas, no
impide que a través de la música se transmute cualquier clase de sentimiento en
algo bello e inspirador.
Y así inspirados salimos a toda prisa para a tiempo comprar
nuestros brebajes dionisíacos y ajumarnos nocturnamente para entonarnos con
nuestro ya embriagado espíritu.
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